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Al nacer, los seres humanos son completamente vulnerables y requieren varios meses para adquirir una mínima autonomía, y varios años para desarrollar la capacidad de vivir de forma independiente. Durante cada etapa de crecimiento, nuestra supervivencia depende de la atención y protección de otros, forjando lo que conocemos como «apego» con nuestro entorno cercano.

El apego se refiere a la relación emocional basada en la necesidad del niño de sentirse seguro y protegido en presencia de sus padres o personas significativas, a las que llamamos figuras de apego. Estas figuras no solo proveen los recursos esenciales para sobrevivir, sino que también representan la primera fuente de amor y comprensión en la que el niño confía y deposita sus expectativas y deseos.

Es por ello que las experiencias de la infancia, especialmente en compañía de los padres o figuras importantes, influyen significativamente en nuestra personalidad y en nuestras relaciones en la vida adulta.

Un niño que desarrolla un apego seguro tiene una base sólida para explorar el mundo. Reconoce a sus cuidadores como personas en las que puede confiar en momentos de peligro o cuando enfrenta emociones difíciles.

La construcción de un apego seguro permite al niño:

  • Desarrollar una sólida autoestima y seguridad interna.
  • Enfrentar relaciones emocionales con confianza.
  • Afrontar el estrés y la adversidad sabiendo que sus figuras de apego le brindarán apoyo, protección y amor.
  • Fomentar un desarrollo global en todas las áreas (emocional, intelectual, cognitiva, sensorial, motora y social), exploración y autonomía.
  • Regular sus emociones de acuerdo a su nivel de desarrollo.

Los niños con apego seguro manifiestan comportamientos activos, interactúan con confianza en su entorno y muestran una conexión emocional con las figuras de apego. No tienen dificultades para establecer relaciones íntimas y no temen el abandono.

Sin embargo, existen otros tipos de apego donde la relación entre el niño y el cuidador es insegura. Esto puede llevar al niño a reprimir sus emociones y evitar la intimidad con los demás (apego evitativo), o a temer las separaciones, generando dependencia emocional (apego ansioso). Estos patrones de apego pueden dificultar que el niño y el futuro adulto establezcan relaciones saludables con compañeros, amigos y parejas, creando situaciones emocionales conflictivas y desgastantes.

Aunque es posible cambiar el tipo de apego, se requiere involucrarse en nuevas relaciones que demuestren que los vínculos y la confianza pueden ser diferentes a lo anticipado.

PSIC. ANDREA GONZÁLEZ
PSICOLOGÍA INTEGRAL YO PUEDO
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